Muchas poblaciones y ciudades se asentaron allí donde
afloraban manantiales o en llanuras aluviales donde fácilmente se podían abrir
pozos excavados. La aparición de la máquina de vapor y el desarrollo de bombas
capaces de elevar agua desde grandes profundidades, junto con los
avances técnicos en maquinaria y útiles de perforación, condujeron a la
construcción de numerosos sondeos y perforaciones durante el siglo XIX y, sobre
todo, en el siglo XX.
Los sistemas más antiguos
de utilización del agua subterránea han sido el aprovechamiento directo de los
manantiales o fuentes, y las obras de captación efectuadas a pico y pala
(principalmente las excavaciones de pozos y la construcción de galerías
horizontales). En el primer caso, y por lo general, se trata de obras de planta
circular y pocos metros de profundidad, con un diámetro de uno a dos metros. El
equipado consistía en una polea o sistema de impulsión por tracción animal
(ejemplo de ello son las norias que salpicaban el paisaje de las llanuras de la
Mancha), o eólico (molinos del entorno de Palma de Mallorca). En la actualidad
esta forma manual de abrir pozos ha sido sustituida por modernas máquinas
perforadoras.
Las antiguas civilizaciones
del Oriente construyeron sistemas de galerías para
captar y conducir el agua hasta los puntos
de consumo; un sistema
parecido abasteció a Madrid desde la época musulmana hasta la mitad del siglo
XIX; en Barcelona existió una extensa y muy antigua red de galerías. Situación
similar se ha dado en muchos lugares del Levante y Baleares. En el archipiélago
canario está muy extendido el aprovechamiento de las aguas subterráneas por
medio de largas y profundas galerías que drenan las formaciones volcánicas. En
otras muchas zonas se encuentran pozos excavados con o sin galerías de fondo y
drenes laterales que favorecen la captación de aguas subterráneas.