P.N. de Cabañeros

36 Normalmente lo que se conserva fósil de un organismo son aquellos restos esqueléticos que poseen un componente mineral previo, como conchas, caparazones, huesos o dientes. Tras su enterramiento, los restos suelen sufrir transfor- maciones que implican reemplazamientos por las sustancias minerales presentes en el sedi- mento. Por ejemplo, una concha calcárea de composición aragonítica puede recristalizar en calcita e incluso ser reemplazada por sílice, fosfatos, pirita u otros minerales ferruginosos. En el caso de los restos de naturaleza orgánica (plantas, insectos, graptolitos...), la fosilización más habitual se da por permineralización, car- bonificación o polimerización. Los organismos carentes de partes duras no suelen dejar restos fósiles, salvo en los yacimientos de conservación excepcional, sumamente escasos y que suponen auténticas ventanas al pasado, ya que bajo condiciones especiales se registran seres de cuerpo blando (artrópodos de caparazón no mineralizado, gusanos de todo tipo, medusas, demosponjas, etc.), así como órganos y tejidos celulares de vertebrados. Otros casos especiales de conservación se vinculan con rocas de origen orgánico (ámbar, asfalto, turba) o con la conge- lación de restos cadavéricos en el permafrost siberiano. La inmensa mayoría del registro fósil conocido está formado por restos de conchas o caparazo- nes calcáreos de invertebrados, que abundan en las rocas sedimentarias formadas en las plata- formas marinas o en cuencas lacustres conti- nentales. Gran parte de estos restos correspon- den al vestigio de un único individuo (por ejem- plo la concha de un molusco), pero también a las mudas periódicas del caparazón de determina- dos artrópodos (los trilobites citados, que fosili- zan aparte de sus propios cadáveres), y a formas que poseen partes desarticulables (artejos del pedúnculo de crinoideos, valvas de moluscos, escleritos diversos, huesos, dientes, etc.; pero también hojas, troncos y semillas de plantas vasculares). Por eso, a los fósiles no deben atri- buírseles las propiedades de los organismos productores, dado que no son restos biológicos, sino elementos geológicos que informan de manera sesgada sobre la composición y ecología de los ambientes del pasado, investigados tam- bién por los paleontólogos. Una dificultad adicional para comprender los fósiles deriva del hecho de que la mayoría de los restos de organismos marinos del Paleozoico inferior ibérico (periodos Cámbrico a Silúrico), corresponden a los moldes dejados en rocas detríticas variadas (pizarras y areniscas) por distintos restos esqueléticos, no a los restos en sí. Éstos se hallarían mineralizados original- mente en carbonato o fosfato cálcico, que en algún momento posterior a la litificación (trans- formación en roca) del sedimento, se disolvieron completamente, dejando su hueco en el seno de una roca donde permanecían químicamente inestables. Aunque al romper las rocas nos parezca que las dos partes de un mismo fósil son semejantes, en realidad una de ellas repro- duce la cara interna del resto ( molde interno , normalmente convexo) y otra la cara externa ( molde externo , normalmente el cóncavo), siem- pre con un relieve invertido frente al original. Así LOS FÓSILES: QUÉ SON Y CÓMO SE FORMAN L os fósiles se definen como los restos o las señales dejados por la actividad de los organismos del pasado, y cuyo legado se conserva en las rocas sedimentarias. De su estudio se ocupa la ciencia de la Paleontología, que agrupa a distintas disciplinas de orientación biológica (paleozoología, paleobotánica, micropaleontología, paleontología evolutiva) y geológica (tafonomía, bioestratigrafía, paleobiogeografía, paleoecología), con amplias correspondencias entre ellas. Es importante disociar el concepto de fósil con el de la muerte del organismo productor, pues, por ejemplo, la gran mayoría de los trilobites que nos encontramos corresponden a exuvios (mudas periódicas del caparazón, secretadas en el transcurso de la vida de un solo animal), entre los fósiles vegetales predominan los restos vegetativos (hojas, frutos, ramas), la mayoría de los dientes de tiburones aislados no son más que “recambios” de piezas dentarias descartadas, y el amplio campo de la icnología reúne innumerables testimonios de la actividad vital de los animales y plantas previa a su muerte física (pisadas, excavaciones, nidos, excrementos, perforaciones, mordiscos, secreciones químicas, etc.).

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